Contexto Histórico de Manila – XII

Figura 20a. Santiago Matamoros defiende Manila

 

                               Con la expulsión de los jesuitas por Carlos III (1769-1815), la mayoría de las corporaciones religiosas, receptoras en parte de los bienes muebles e inmuebles dejados atrás por La Compañía, venían asumiendo cierta militancia antijesuítica. Era la moda: todo el mundo conocía secretas patrañas sorprendentes que epataban al recién llegado y captaban su interés. Tal el caso de los recoletos de Guam, donde los ignacianos habían desarrollado una poderosa labor apostólica, que venían ahora ellos a continuar, y que Malaspina percibió en recurrentes consejas que circulaban por la isla. El impacto emocional de los primeros recoletos había sido negativo, encontrando a sus nativos verdaderamente bárbaros, broncos, cascados, bozales, indigestos y sucios… no sabían el uso del fuego, ni más armas que los huesos del pescado y los difuntos, ni tampoco cubrían sus vergüenzas, sino que andaban totalmente desnudos los de uno y otro sexo. Tras el terremoto que había dañado trece años antes en Agaña la iglesia, el Colegio de San Juan de Letrán (levantados en 1669 por Sanvitores, apóstol jesuita de la isla, asesinado más tarde) y el Palacio del Gobernador, únicamente éste había sido reparado, y ello a costa del sueldo de su mandatario. Bien es verdad que, dada su extrema pobreza, los chamorros no pagaban tributos ni aportaban limosnas al clero, razón por la cual la isla de Guam en particular, y las Marianas (Saipán, Tinián, Rota, Anathan, Pagán, Pájaros…) en general, dependían absolutamente del situado real. Lo que no era óbice para practicar un descarado contrabando con los balleneros, que en ella recalaban durante el monzón. Lo mismo que los archipiélagos de Carolinas y Palaos con cientos de islas, deshabitadas algunas, diminutas otras, dependientes todas de la Audiencia de Manila. Alguna hubo que recibió su misionero, asiduo lector de breviario y paseante junto al mar, soñando ver una vela de barco que trajera otras noticias, más libros y nuevos compañeros, pero este sueño en más de un caso, jamás se vio cumplido. Solo aves migratorias y nubes, muchas nubes. Allí yacen sus huesos solitarios enterrados en la playa.

 

                                 Tras la firma del Tratado de San Lorenzo con Inglaterra y los EEUU (1797), oleadas de balleneros de ambas nacionalidades junto a otros rusos, nuevos en plaza, fondeaban por tres meses principalmente en Guam, entre otras islas Marianas o Carolinas, a la espera de comenzar la campaña de caza de cetáceos en el Pacífico Sur, una vez terminada la campaña del Norte. Ello contribuía a inyectar un flujo dinerario, pagado con tributo de pendencias, borracheras y tumultos por apuestas fallidas en peleas de gallos, juego de naipes, dados, y demás brotes de trifulca tabernaria. Los gobernadorcillos chamorros de los pueblos alcanzados por estos desmanes, solicitaban ayuda de La fuerza, 200 soldados acantonados en el presidio de Agaña, que dominaba sin ambages a los energúmenos ahítos de aguardiente o tuba (Vino de coco). Por otra parte, las singulares costumbres sexuales de sus mujeres, eran particular atractivo para fondear por aguada, víveres y leña en Guam, y su consabida pernada con cualquier maritornes chamorra que a ello se prestase. Cientos de reses, carabaos incluso, llegaban de las Filipinas y otras islas para atender aquel mercado ocasional, donde el matute era moneda inherente a los balleneros. Este aluvión humano sería aprovechado en más de una ocasión por los pícaros ingleses (sic) para fomentar el alza de nativos contra el poder español establecido. La vieja política de Albión.

 

                          Durante la segunda mitad del XVIII, Manila había experimentado un cambio radical en su comercio ultramarino con notable expansión ciudadana. Tras la devolución por Inglaterra de la plaza (Tratado de París, 1763), la Corona española iba a fijar una especial atención en ella. Después de una década activa de comercio con  puertos de Siam, Camboya y otros reinos del sudeste asiático, vinieron años de acusado descenso en su actividad portuaria. La creación de la Real Compañía de Filipinas y subsiguiente llegada de representantes de nuevas empresas mercantiles vino a frenar aquel declive. La Real Compañía, impulsada por Carlos III, abogaba por el libre comercio en coyuntura expansiva de comunicaciones y mercados con todas las naciones en paz con España, en contra del tradicional monopolio de Acapulco a piñón fijo y reducido impacto comparativo (1785). Se trataba de activar el tráfico con los puertos asiáticos, abriendo de par en par su entrada y salida de productos. Lo que en ningún modo suponía desatender el poderoso mercado novohispano, principal inversor del entramado comercial manileño hasta entonces, que había de seguir cumpliendo su transitiva labor comercial. Los 20 primeros años del comercio directo con la península mediante fragatas de la Real Armada, fueron suficientes para vencer el inicial recelo de funcionarios y representantes comerciales de Manila, que acaso vieron peligrar sus prebendas. Si bien los rápidos navíos de guerra no cargaban toda la mercancía deseable, articulaban una transacción altamente rentable para las partes dada la rapidez y precisión de transacciones y fechas. La intervención de Inglaterra (1796) en la contienda española contra Napoleón, iba sin embargo a ralentizar la línea naviera directa hasta finalizar la Guerra de la Independencia, entrado ya el nuevo siglo. 

Figura 20b. Los barrios extramuros de Manila en el s. XVII. Anónimo

 

                                  En el margen derecho del Pásig, la consolidación de asentamientos en las penínsulas limitadas por los caños y esteros de su riba, daba origen extramuros a los barrios lobulares de Tondo, Binondo, Santa Cruz, Quiapo y algunos otros aguas arriba, como San Sebastián y San Miguel, iniciados la centuria anterior pero cristalizados durante el XVIII. Con ellos, el centro de gravedad del comercio pasaba de intramuros a Binondo, sede de la futura Alcaicería de San Fernando, emblema comercial de los sangleyes. Este desarrollo urbano propició la construcción del Puente Colgante entre Quiapo y el Parián, y más tarde un tercero en San Miguel con dos tramos y apoyo central en la isla fluvial de San Andrés. Paralelamente los pueblos de La Ermita (Nuestra Sra. De Guía), Malate y Bagumbayán, situados al sur de intramuros, iban aglutinando caserío alrededor de sus parroquias matrices, habitados mayormente por nativos. Al este de intramuros, mas allá de los fosos anegados que protegían el flanco de la muralla, se encontraba el Parián, desaparecido como barrio chino con el siglo, ahora residencia obligada para los arribados malayos, moros e hindúes; y los pueblos de San Antón, Sampaloc, Dilao, Macaté y Paco con su bello cementerio circular, que veían crecer en progresión geométrica su población aborigen. En estos núcleos humanos, embrión de la Manila futura, como tantos otros pueblos de las islas regidos por el gobernadorcillo de su etnia, la presencia de kastilas del poblado se reducía al Padre y poco más. Y eso había sido así hasta que la carencia de vocaciones peninsulares y la expulsión de los jesuitas, vinieran a incrementar dramáticamente la precaria labor multifuncional de la Iglesia. La salomónica decisión del Obispado, de acelerar la preparación de sacerdotes nativos que suplieran a los frailes españoles, acarreó escándalos sin cuento y una poderosa retrocesión del prestigio secular de la Iglesia, en muy cortos años. Cruz y espada hubieron de convenir la necesidad de restaurar la administración tradicional del clero hispano, encarando la precariedad curial sobrevenida. En este reajuste de posiciones, desaparecerá el Parián de Manila, sustituido en cuanto mercado por la Alcaicería de San Fernando en el distrito de TondoBinondo, al otro lado del Pásig, frente al dominante Fuerte de Santiago. Suponía una novedad emblemática de los sangleyes, una construcción octogonal de grandes proporciones en planta y dos niveles superpuestos en altura, que pasados unos años de la nueva deriva comercial capitalina, sería vendido a la Gobernación para convertirlo en Edificio de la Aduana. En planta baja los arcos del gran soportal, cobijaron en galería los comercios y sus atractivos escaparates, en tanto que el piso superior constituía la residencia familiar de algunos sangleyes privilegiados. Con su desaparición como centro comercial, se generarían nuevos parianes repartidos por los barrios aledaños.

 

                       Durante el reinado de Isabel II (1843-70), se promoverá un proceso de modernización de Manila, aportando nuevos materiales y concepciones a la obra publica, a la vez que se acomete una señalización costera minuciosa con la erección de más de cien faros, destinados a facilitar la creciente navegación entre las 7000 islas del archipiélago. A imagen y semejanza de la Academia de San Fernando de Madrid, se abre la primera academia privada de dibujo en Asia, que acabara cristalizando en la Academia de Dibujo y Pintura. Se fundan las Academias Náutica y Militar, las Escuelas Comercial, de Música, Soprano de Niños, Normales para maestras, el Seminario diocesano, el Ateneo Municipal de Manila, el primer Colegio de niñas de San Vicente de Paúl. Aparecen los tranvías, se establecen líneas de ferrocarril a Batangas, a Dugapan y a Bicol, se inauguran los sistemas telefónico, telegráfico y de conexión internacional por cable a través de Hong Kong, llega la luz eléctrica a sus calles y hogares. Se hace obligatoria ¡por fin! la enseñanza del castellano por ley de 1863. La apertura del Canal de Suez viene a incrementar la circulación de navíos extranjeros con el consiguiente crecimiento de las misiones y actividades empresariales y una reducción de cinco a cuatro meses en la comunicación naviera directa con la metrópoli.

Figura 21: La Manila intramuros de los kastilas

 

                      El primer atisbo de rebelión filipina contra la dominación española, se inicia con el motín de Cavite (1872) en protesta contra la reposición de tributos y prestaciones personales de los obreros del arsenal. Y lo que empieza siendo un reclamo laboral, acaba en una deriva nacionalista hábilmente guiada por cabecillas independentistas. El levantamiento es sofocado y sus cabecillas  ejecutados o deportados. No falta entre ellos algún sacerdote para corroborar la espada y la cruz como sino perenne del devenir hispano. Le sigue una serie de levantamientos en Luzón y otras islas alimentados por corrientes de opinión contra el régimen español y el clericalismo imperante, no ajena la masonería internacional ni los círculos anarquistas peninsulares, presentes siempre en estos guisos decimonónicos. Tampoco la masonería internacional, con su alforja sectaria de ocultismo y muerte, podía dejar de mostrar su paleta de albañil. El estado envía batallones de expedicionarios desde la metrópoli que hacen su entrada multitudinaria en Manila. Las graves desavenencias entre grupos rebeldes dejan entreverar una negociación con España, que tras aceptar ciertas peticiones, logra la rendición del gobierno revolucionario de Emilio Aguinaldo, seguida de su extrañamiento a Hong Kong, el reciente despojo insular británico en el Río de las Perlas tras sus criminales guerras del opio con China. Pero no era este sino el primero de un drama a tres actos. Faltaba el resto.

 

                       El imperialismo de EEUU en guerra contra España por la ocupación de Cuba, iba a utilizar el vidrioso hundimiento del Maine en La Habana, para enviar la Fuerza Naval del Pacífico, como apoyo de los sublevados, sitiar Manila y dar la batalla por la segregación hispánica de las Filipinas en beneficio propio. Los barcos de hierro de la Capitanía, son silenciados en pocas horas de acción por los barcos blindados de acero de la nueva reina de los mares, que duplican su velocidad de crucero y potencia de fuego. Una desigual jornada, de tinte análogo a la batalla de Cuba. Los exultantes revolucionarios aprovechan la ocasión para declarar la independencia del país. Los años que siguieron a la supuesta autogestión filipina, gracias al hermano americano venido en su apoyo para quedarse, iban a resultar bastante alejados de las cábalas oníricas de los jóvenes políticos nacionalistas que la impulsaron. Sanguinario espécimen alguno de aquellos héroes de la patria, como en tantos sitios y épocas, que condujeron a una guerra entre pares, azuzada por los plenipotenciarios de turno desde sus barcos de acero. Y como en los mismos sitios y épocas, tórnanse estos súbitamente en invasores, que han llegado pero no se van. Finalizado este segundo acto, el tercero iba a suponer el sarcástico enfrentamiento entre salvadores y salvados. Repetitivo estribillo sangriento de una melopea histórica que algunos humanos no parecen querer recordar ni entender. Nadie mejor que el propio Aguinaldo, primer Presidente de la República de Filipinas, ya anciano, para exteriorizar su madura reflexión sobre los acontecimientos desarrollados durante aquellos aciagos días. Sus palabras son ley:

                        El comienzo de la Revolución Filipina es trabajo de la Masonería, pero esa revolución terminó…me engañaron los yankis. Se acercaron a mí como hermanos masones, urgiéndome en nombre de la Masonería Internacional que volviese a Filipinas (desde Hong Kong) para reorganizar la revolución contra España, dándome su palabra de hermanos masones de que, tras liquidado en nuestras islas el Gobierno Español, me otorgarían la independencia por la que luchamos…Estoy arrepentido en buena parte por haberme levantado contra España. Bajo España siempre fuimos súbditos o ciudadanos españoles, pero ahora bajo los EEUU somos solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias, porque nunca nos han hecho ciudadanos de ninguno de sus estados…He vuelto a mi religión, la que heredamos como súbditos españoles. Y como viejo soldado que soy, me iré poco a poco a una vida mejor… A estas alturas y a mi edad, barrunto que Filipinas va a seguir siendo colonia de los EEUU, porque la campaña de forzar el idioma inglés sobre nuestros niños es implacable, y conduce a la desfilipinización de nuestras futuras generaciones. Y más aun cuando pierden el conocimiento necesario del idioma español, oficial con el tagalo, durante nuestra Primera República (Declaración, Diciembre de 1958).

 

                          Estas reflexiones afloran cuando la madurez del sentimiento y la idea, ha tiempo que anidaron en el alma del ex Presidente, decolorando los ímpetus de su visión intensa y colorista de juventud, pero digiriendo solo parcialmente lo que su retina entonces percibiera. De todas formas, incluso ésta, no deja de ser sino otra visión parcial en el tiempo de lo que Filipinas fue, pero ya no es, ni posiblemente sea. La España global del empuje y las ideas audaces, daba entonces claras muestras de agotamiento institucional. Sobrevino el alzamiento con un calofrío político que vino a recorrer el dorso espinal de la España imperial, que no era la misma que comenzara su andadura atlántica cuatro siglos antes, ni sus hijos estaban dispuestos como entonces a partirse el pecho en ultramar. La España de los Reyes Católicos era la peninsular victoriosa que salía del Medioevo; la de los Austria era un Imperio de recio sabor castellano. La España de los Borbones convalecía herida en sus esencias históricas más profundas. La Historia pasa. Un proceso que de haberse superado, habríase planteado sin duda pasados unos años, tal vez con otra idea del unitario nosotros, más arraigada y madura, especialmente en las islas del sur; una labor que en su debe arrastraba la España peninsular por haberla dejado culpablemente inconclusa. Y faltaba por venir el aldabonazo de la Segunda Guerra Mundial, con una Manila ahíta de japoneses. Miles de bombas americanas llovieron del cielo sobre la ciudad postrada, inerme, sin mueca alguna de su monumental pasado, solo el rictus mortal del apocalíptico fuego amigo en el rostro. Y uno se pregunta ¿Pero tan amigo era el amigo que precisaba tanto fuego? E inevitablemente vuelven a resonar las palabras del penitente patriarca Aguinaldo que hablan de la desfilipinización de nuestras futuras generaciones… ahora, frente a la que fuera Perla de Oriente, por su prestancia, por su belleza, por su leyenda, por su pétrea esencia hispana incrustada en un mundo oriental de maderas de colores y papel de arroz en las ventanas. Ciudad como jamás poseyeran quienes ahora la destruían, y tal vez por ello nunca la habían de añorar. Zumba hoy y volverá mañana a zumbar en nuestros tímpanos, aquel fuego amigo británico durante la guerra contra Napoleón en suelo ibérico, que enfilaba sus cañones contra las fábricas primero, aunque las trincheras francesas estuvieran cien grados a barlovento. Fuego amigo lo llamaron los estrategas y los imbéciles. Como daños colaterales los enmascara la vacuidad retórica de hoy. Que hay escribidores que eluden realidades cósmicas por conservar su áurea mediocritas de equidistante modorra.

                       

                              Nadie duda hoy que EEUU haya devenido en el Imperio por antonomasia del siglo XX. Con fallos y éxitos tan determinantes como los de cualquier otro que le precediera en su quehacer histórico, pero más celoso que la mayoría a la hora de compartir su ego consustancial. Nunca nos han hecho ciudadanos de sus estados; ni siquiera asociados como la ilusa Puerto Rico o la Cuba escapada con sangre. Y esto se argumentaba mientras la Guinea Ecuatorial, africana cedida portuguesa, era De Jure una provincia española más. En su contra laboraba la inexistencia de una cultura y civilización consolidada y única, frente al revolutum de sus maneras y formas. Enarbolaban unos atractivos principios democráticos con teórica igualdad de derechos universales, cuando la sórdida realidad propia discriminaba las escuelas entre blancos y negros, con tensiones sociales y odio racial incluido, reflejado día a día en su propia prensa recibida en las islas. Este contrasentido era particularmente crítico, desde una Manila dependiente de los dólares y laminada por la omnipresente propaganda del tío Sam, pero socarrona y escéptica ante tanta excelencia llovida del cielo. Percibían a los americanos faltos de la entrega humana, aunque no su eficacia, que como ningún otro en la historia conocida pusieran los legisladores castellanos, empeñados en cumplir el testamento de su reina Isabel la Católica (1505). Pero muy lejos éstos de alcanzar el sentido práctico y la finura mercantil del angloamericano, tan necesaria en los nuevos tiempos que el archipiélago encaraba. Precisamente por falta de estas últimas España perdió su alto rango como una de las naciones poderosas del mundo, se comenta en un trabajo doctoral consultado, cuya idea compartimos.

                               Cada día más lejos de su contexto hispánico, Manila ha sido ampliamente historiada por observadores actuales en sus vicisitudes capitalinas de nueva nación asiática, bajo la férula americana. Prácticamente borrada del mapa durante la Segunda Guerra mundial, el relicario de intramuros parece hoy querer renacer cual ave fénix de sus cenizas, al rescate de una estética imposible, jamás repetida en la historia de Oriente, ni repetible, pastiche interpuesto. Es labor que los artesanos de la labra histórica, herederos de aquellos otros que gloriaron el Barroco insular, sabrán desarrollar, están desarrollando. Hacemos votos para que atinen su pulso. Y para quienes crean que la Historia es solo memoria de pretéritos aconteceres, les recordamos que es también ciencia didáctica que momifica el presente con proyección de futuro. Los leves pájaros de juventud que hoy persiguen la sombra de la banalidad, tal vez mañana entiendan el verdadero didactismo de las reliquias de sus mayores.  ¡Desperta ferro!

Figura 22: La Manila de ayer en la Manila de hoy.

Miguel Ig. Lomba P

Me llamo Miguel, y me encanta investigar/escribir sobre cultura. Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de York, actualmente me encuentro cursando Erasmus Master entre Italia-Alemania-EEUU (Udine-Göttingen-Indiana). Las relaciones entre América y Europa son relevantes para mi tesina del Postgraduado, y un futuro PhD (doctorado). Cualquier duda/pregunta no dudes en contactarme a: admin@mapasilustrados.com

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