Contexto Histórico de Manila – VIII

Figura 18 A – Plaza Mayor de Manila en 1770

Vendría luego la talla pétrea en fachadas, torres, portaladas, arcos, retablos, nichos, pináculos, canecillos, ángeles, escudos, flora, que la sensibilidad creativa del indio filipino encaramado en su andamio, plasmaba como parte de su duende en la piedra de fachada, esculpida como rasgo indeleble de su identidad y de la simbiosis del mestizaje cultural que germinaba en sus almas. Gran labor intuitiva la de estos jesuitas y agustinos que, pese a la lejanía de sus bases de información, supieron recabar y atesorar datos técnicos, y experimentar otros originales, tan ajenos a su propia formación humanista. Ellos con sus artesanos filipindios legaron al género humano, que sin duda amaban, este singular patrimonio. ¡Chapeau! Ya en el siglo XIX, la mayor parte de los estudios geofísicos y sismorresistentes volvieron a manos de jesuitas a partir del regreso de la orden al Imperio español (1815), luego de medio siglo de extrañamiento. El padre Federico Faura desarrolló una estricta observación fenoménica en el Observatorio Meteorológico del Ateneo durante los terremotos de Manila (1880), siendo felicitado por el propio John Milne primer investigador de la influencia del suelo sobre los daños sísmicos,  que a la sazón colaboraba en Tokio con Ryuichi Omori, estudioso de las réplicas y premoniciones de los enjambres sísmicos, al percatarse de las gráficas representativas del temblor, que el jesuita había obtenido directamente por vez primera de un sismógrafo. Faura sería nombrado Hijo adoptivo de Manila, por estos trabajos pioneros en geofísica.

                               Resulta fácil de comprender que en época tan avanzada como la del Barroco, su estatus de tierra de frontera, impulsara a muchos de estos templos a ir dotados de elementos defensivos como troneras, almenas, barbacanas o matacanes, a la usanza del templo-castillo de la reconquista peninsular y de la Orden de Santiago, donde acudían los comarcanos a refugiarse de la depredación, esclavitud y muerte que traían las galopadas moras, defendidos por las milicias concejiles en primera instancia y por los Caballeros de Santiago en la definitiva. Un fortín robusto, seguro, a recaudo del fuego y la algara, menos costoso y expugnable que las periferias muradas, tantas veces repetido en el ibérico suelo batido secularmente por los moros del interior o los corsarios berberiscos de la costa. Un fleco medieval que con idénticas funciones que sus homólogos peninsulares, tremolaba todavía en las Filipinas del siglo XVIII.

                               Desde la Manila acorralada por las escuadras holandesas en su momento de gloria, iba a emprenderse la conquista y poblamiento de Formosa (hoy Taiwán) en 1626. Antonio Carreño de Valdés funda el puerto de Santísima Trinidad (hoy Keeling, en bahía de Jilong) y dota su defensa con el Fuerte San Salvador construido en la pequeña isla costera de Heping, que domina el puerto. El pasado escrito, documental, empieza en Taiwán con la llegada de los españoles, nos confiesa un historiador taiwanés moderno. Ergo fue el Imperio Español quien sacó a Formosa del ostracismo de la prehistoria, para dar comienzo a su Historia, compartida con todas las naciones del planeta, añadimos nosotros, parafraseando a otra historiadora nativa. No dejaba de ser una paradoja que la isla nutricia del idioma austronesio, que había surtido de sus hablares a las islas del Sudeste asiático (Filipinas, Borneo, Célebes, Mar de Banda, Marianas…), hubiese sido ignorada por todos ellos y por su adjunta China, durante los 3.500 años subsiguientes al parto lingüístico, sin focalizar su presencia física, tan próxima y detectable. Aposentados los holandeses al sur de ella, sabedores los españoles de que vigilaban las derrotas de sus naves, con peligro añadido al Galeón de Manila, planean un plan para expulsarlos de aquella costa. No podrán lograrlo, y tras años de forcejeo, unos y otros serán a su vez erradicados de Formosa en 1662 por el poderoso corsario chino Koxinga (vg: Señor con prosapia imperial). Él será quien detecte esa presencia insular que va a incorporar como Taiwán a la dinastía continental Ming, tras expulsar de allí a los últimos colonos holandeses.

                               Crecida su autoestima por la victoria, el copioso material de guerra copado y los barcos capturados, Koxinga amenaza invadir Filipinas si la Corona española no se aviene a pagarle tributo. El gobernador Manrique de Lara, le niega tal pretensión, a la vez que llama a todas sus tropas del oriente, incluso las de Ternate y Tidore en Las Molucas, para defender la Capitanía General. Con la certeza de saberse amenazado por una quinta columna china incrustada en la urbe capitalina, el Gobernador decreta la evacuación inmediata del Parián de Manila y el extrañamiento de sus moradores. Los chinos se revuelven contra el que sienten injusto Edicto y sitian Manila. En mala hora, porque el temor a la inminente invasión que se cierne, propicia un río sin retorno  y una masacre de sangleyes. Algunos supervivientes se dirigen a las montañas, donde perecen a manos de los nativos, que les odiaban. Y uno se pregunta: ¿Por que les odiaban en las montañas si jamás habían tenido trato directo con aquellos coletudos circunspectos, circunscritos en sus citadinos círculos familiares y costumbristas? He aquí uno de los misterios insondables del alma humana, que busca al distinto para liberarse con él de sus propias sombras y frustraciones… De hecho, los masacraron…  Otros sangleyes pudieron escapar en sus shampanes a Formosa, de donde no volverían jamás.

                        La Dinastía Ming (1368-1644), había sido testigo de un hecho trascendente en la Historia de China: la aparición de los europeos en sus costas. Pero en un panorama de guerra abierta contra la piratería endémica desbordada y la renovada amenaza mongólica del norte, los Portugueses, pioneros europeos, no eran bien recibidos por Ming, dinastía genuinamente china. Sucesora de la Dinastía Yuan (1294-1355), Origen o Principio, los mongoles que oyeron hablar de la cultura veneciana en labios de la familia Polo y tiempo de Kublai Khan (1271-94), habían dejado una vaga idea del mundo europeo a través de ciertos escritos sabios y alguna cita oral. Tras Marco Polo, el Papa Clemente IV había enviado al Extremo Oriente una embajada de cien sabios solicitada por el propio Kublai, hijo de madre nestoriana creyente, para ilustrarse, como hombre versado y tolerante que era, interesado en profundizar las ideas del Emperador de los Cristianos. Los franciscanos que lograrían llegar y volver por la ruta de la seda con el cruce de misivas, trajeron el secreto del satén  a Occidente. Un capullo escondido en su bastón de peregrino, fue la semilla que desveló aquel terrible secreto, que podía haberles costado un cruel martirio al fraile portador y a su comitiva completa. El Papa Clemente V llegaría a nombrar Obispo de Pekín al italiano Giovanni de Montecorvino, a quien enviará tres frailes de ayuda para bautizar  6.000 feligreses, en una amplia labor didáctica y pastoral. Pero el afloramiento de las tradiciones nacionalistas chinas a lo largo de la mongólica Yuan, diluiría en muy pocas generaciones la transitoria esencia europea emanada en unos años de tolerancia. La Dinastía Quing (1644-1911), La Pura, que vino a heredar a Ming, impuso su credo budista y su escritura mongólica, propia de las sedentarizadas tribus de Manchuria, la región nororiental de la que procedía. Constituyó la clase dominante del Imperio, con su Emperador y sus mandatarios manchúes, hasta caer su dinastía ya despuntado el siglo XX. Pero era este el dragón espoleado que ahora despertaba en Formosa, amenazando engullirse como aperitivo la cercana isla de Luzón.

                        El poderío a Koxinga habíale llegado inopinadamente por herencia paterna. Hijo del católico Nicolás, un antiguo catequizado por los portugueses en el área de Macao, comerciante acaudalado que iba a lograr aparejar una formidable flota con que defender su patria de los manchúes invasores, hasta hacerlos retroceder tras la muralla china. El éxito militar y económico le acompañará durante años en aquel mundo Ming, más dado a la defensa que a la conquista, y los manchúes, que lo prefieren como aliado, le nombran Vang (príncipe). En una protocolaria visita de cortesía al Pekín de los Ming, será tomado preso por la dinastía reinante y encarcelado en ella de por vida. En adelante será su hijo Koxinga, quien se ponga al frente de la flota de su padre. En un peligroso juego de equilibrio entre los decadentes Ming y los emergentes Quing, iba a recorrer las costas de China, saqueando ciudades, barcos y haciendas a su alcance, como muestra de su poder. Con una fuerza de 25.000 hombres cae sobre Formosa y pasa a cuchillo toda resistencia nativa o extranjera que encuentra. Un año después se hace proclamar Rey de Taiwán por las tribus de la isla. Desde allí amenaza al archipiélago filipino, que lo quiere sometido a tributo.

                           Pero Koxinga no ataca, ni atacará.  A sus 37 años ha muerto de malaria antes de que su emisario le comunique la negativa española. Y Manila no volverá a ser la confiada urbe del pasado frente al vecino continental. Ni España regresará a las Molucas. Perdidas las veleidades aventureras, un hijo de Koxinga se hará cargo del legado taiwanés de su padre, trayendo paz y prosperidad a la isla. El emperador Kang-Hi lo atraería a su causa en Pekín, incorporando la isla al Imperio Quing y al devenir común con la patria continental hasta la llegada del comunismo, que arrinconó a los rupturistas liberales de Chiang Kai Shek en la conocida como la Isla Hermosa, extracto certero de su nombre.

Figura 18 B: Colonización española en Formosa. Mapa del Archivo de Indias.

 

                              Pocos años más tarde, una nueva algara china amenazaba Manila. No se trata esta vez de sangleyes inconformes con las disposiciones de oficio, sino de migrantes continentales expulsados por la entrante dinastía Quing de los manchúes, menos de un dos por ciento en una población de 300 millones de chinos, pero tan buenos jinetes como los mongoles, que iban a combatir a la sedentaria Ming hasta erradicarla del poder. Esta convulsión interna catapultó miles de chinos de las costas de Guangdong, Fujián y Zhejiang hacia la isla de Luzón. Llegados muchos de ellos a Manila, acabarán desestabilizando la vida de extramuros mediante el bandidaje y el merodeo de suburbios. Copados entre los fuegos de la fuerza y partidas de sangleyes cristianos, serán finalmente reducidos y ejecutados sus cabecillas, con lo que vuelve el sosiego entre sus gentes. Pero esa calma aparente va a tornarse inquietud cuando se las obligue a cultivar  arroz tras una plaga de langosta sobrevenida en la región. El deficiente abastecimiento de grano durante aquellas jornadas, indujo al Gobernador a tomar esta medida de fuerza sobre la hipertrófica colonia china, por número y afanes, la más capaz de acometer con éxito la premiosa medida. Esta imposición coactiva acabaría en desmanes, y nueva represión de sangleyes.

                                Ciento veintidós años después del primero, iba a ser capturado el segundo Galeón de Manila durante la Guerra de Sucesión a la Corona española (1702-13). Woodes Rogers, hermano de la costa, inglés al mando de dos barcos  de sesenta cañones, captura frente al californiano Cabo San Lucas al retrasado Nuestra Señora de la Encarnación  (1709), que desarbola y hunde después de saquearlo. Esta nave viajaba aquel año como almiranta del galeón Nuestra Señora de Begoña. Pese a su exiguo armamento comparado, el galeón logrará zafarse del acoso, que tras dos días de persecución, el pirata no puede rematar con abordaje. Entrará al amparo de los cañones de Acapulco maltrecho y ensangrentado, pero con su cargamento intacto.

                                De nuevo ha estallado la guerra entre las potencias europeas en 1739. La famosa oreja de Jenkins, el taimado contrabandista inglés desorejado por la justicia española, acarrea una nueva y dramática, crisis bélica. Para desgracia de Manila, el Comodoro George Anson va a capturar el galeón Nuestra Señora de Covadonga (1743) tras una tenaz cacería a través de Pacífico. Por dos veces se le escurre la nao desde Acapulco, pero persiste en un seguimiento que sueña ha de hacerle rico. A medida que transcurren las semanas, el inglés va dejando en su estela esperanzas, naves y hombres. Con una cartografía deficiente, ignorando corrientes y vientos dominantes, sus naves con cascos henchidos de humedad y frenados por hilachas de verdines, sin tomar aguada ni alimentos frescos, navegaba hacia la nada de su propio agujero negro. Pero brilla para él la luz, esa estrella fugaz con que la fortuna ilumina a sus elegidos. Con sus 60 cañones el Centurión, único navío que todavía conserva, recién remozado en Macao, retorna al cabo Espíritu Santo de Samar, a la espera. Las características del combate y su desenlace son conocidos. El navío insignia de Anson corta el paso al galeón filipino de 1.000 toneladas, armado con 5 cañones, 8 culebrinas, 266 tripulantes, 43 fusileros y un pasaje de 210 pasajeros. Conocemos la batalla que sigue y su desenlace, con un Covadonga a punto de naufragio. Anson lo apaña presuroso mientras transborda su tesoro, y parte después a CantónMacao llevando a remolque la malherida presa. Allí suelta a los rehenes, vende a portugueses y chinos cañones, casco y carga, y parte para Inglaterra con su plateado anhelo cumplido. Salen en su busca desde Manila dos galeones que llegarán tarde a Macao, de donde regresan a casa con los supervivientes. En el Canal de la Mancha le espera la escuadra francesa, aliada de la española en el lance bélico, que no percibe la vela de Anson entre la niebla. El Centurión cruza despaciosamente la mar bella, velas flácidas, en mitad de una turbia encalmada. Era su tálamo de gloria, para desgracia de los mercaderes manileños que ven arruinadas sus haciendas, provocando un severo atasco en el devenir de la capital filipina.

                              En una nueva fase de la guerra europea que nunca acaba, las escuadras inglesas asedian  el archipiélago filipino. España ha entrado junto a Francia en la conocida como Guerra de los Siete Años (1756), no otra cosa que la disputa del suelo americano francés contra Inglaterra, arrastrada por el nuevo pacto de familia entre los coronados borbones hispano-franceses. El contralmirante Samuel Cornish, llegado de la India, sin previa declaración de guerra pone sitio a Manila con una fuerza de 15 naves y más de 7.000 hombres. Muerto recientemente su Gobernador, y no habiéndose incorporado aun sustituto alguno, es el Arzobispo quien dirigirá la defensa de la capital. La Capitanía no espera refuerzos. Con fuego cerrado durante un día y su noche, los cañones de la armada inglesa machacan los bastiones del suroeste de la muralla, por cuya brecha  entrará su tropa. Manila capitula. Más de 1.000 desaforados soldados saquean en días siguientes iglesias y oficinas publicas, la Aduana, la Gobernación, el Cabildo y la Contaduría, mansiones y conventos, los astilleros de Cavite, la Universidad, mientras arrollan, violan o matan gentes que resisten su vandalismo. Se profanan tumbas (los huesos de Legazpi son esparcidos), los magníficos cantorales miniados de San Agustín desaparecen, se salva milagrosamente la Virgen de Guadalupe pintada sobre una tilma con bordes de plata traída de México (los protestantes ignoran la devoción mariana), desaparecen tallas barrocas de Cristo, retablos llegados de Nueva España, lienzos filipinos de extraordinaria valía documental y artística. Solo se detendrá la soldadesca si la ciudad se aviene a pagar 4.000.000 de pesos que de las Cajas Reales los miembros de la Audiencia han puesto a buen recaudo en las montañas. Entre tanto, desaparecen los documentos del convento agustino de San Pablo, los fondos documentales de la Aduana, los comunicados de la Gobernación. La Audiencia en fuga, nombra al jurisconsulto Simón de Anda como Oidor General y le confiere autoridad para dirigir la resistencia. Desde los cerros, hostigará al intruso con 1.000 soldados regulares y 9.000 indígenas de milicia, pero la ciudad no será recuperada hasta firmar la paz, ni el gobernador inglés intentará asomarse más allá del alcance de los cañones de intramuros. El enemigo se encontraba en plena posesión del país, reconocerá en sus informes el mando militar, justificando su no comparecencia mas allá del imaginario limes de su alcance artillero. El Oidor General no reconoce ninguno de los acuerdos firmados por el Arzobispo, alegando la coacción sufrida por el prelado para firmar bajo amenaza. Todos sabían en Manila que no era previsible ningún acuerdo circunstancial entre la espada y la cruz, que culpa cada una a la otra de la rendición. La guerra finaliza con el Tratado de París (1763), por el que España cede las Floridas a Inglaterra a cambio de recuperar las plazas de Manila y La Habana, además de ser compensada por Francia con su enorme Luisiana americana, en concepto de gastos de guerra.

                              Durante la crisis sobrevenida, un ingenuo Galeón de Manila, ignorante del asedio que se cierne sobre las islas, sale de Cavite con su carga asiática camino de Acapulco. Vapuleado por las tormentas del Mar de la China Oriental, regresa a puerto algunas semanas después, viniendo a caer en manos de la flota de Cornish (1762), que patrulla vigilante lejos de la costa. El Santísima Trinidad de 1.400 toneladas construido en Bagatao, averiado por el aquilón y maltrecho tras tener que presentar batalla a una flota enemiga con potencia de fuego agobiadora, es capturado, despojado de su carga, y llevado a Plymouth para su estudio y posterior venta. La desigual lucha del bisonte de la sabana africana contra una familia de guepardos había concluido. Era el cuarto y último galeón capturado de los 194 que cubrieran durante 250 años la Carrera de Filipinas, un gigante que triplicaba el arqueo de la flota inglesa que lo capturó. La consecuencia de esta presa iba a ser una nueva y profunda depresión económica de la comercial Manila, saqueada y además bloqueada ahora al comercio novohispano.

 Figura 19 – El Galeón de Manila en el s. XVIII

 

                              Veinte meses iba a durar la ocupación, en la que los británicos no perderían el tiempo. El despojo de Manila iba a ser abrumador. La Perla de Oriente vio desaparecer multitud de obras de arte y documentos. Sobre todo, quizá lo más valioso, documentos. Planos de naves tomados de sus astilleros, estudios sobre maderas autóctonas, cartularios, portulanos, derroteros, datos meteorológicos para previsión del tiempo, levantamientos geográficos que yacían en archivos seculares, noticias de costas ignotas avistadas, áreas con declinaciones magnéticas anómalas, localización de islas inéditas en la cartografía oficial, datos étnicos y costumbristas, especies arbóreas útiles, fauna y flora…y un Islario del Pacifico que permitiría el autoexilio de los cavernarios de la Baunty para solazarse (y matarse) con sus plácidas féminas en la Pitcairn, inexistente isla de los mal copiados y entendidos cartularios del Almirantazgo londinense, que jamás supo leer su explícita posición en los mapas robados en Manila. Doscientos años de carencia inglesa en el Pacífico estaban allí. Ocasión para ganar el tiempo perdido sin haber hendido sus aguas ni mostrado en ellas el tremolar de su bandera. Alexander Dalrymple, cartógrafo, estadista y revolucionario de la East India Company, un calco de la holandesa Compañía de las Indias Orientales, connotado rastreador de mapas españoles del pasado, viene a sustituir a Cornish, cumplida la misión bélica del contralmirante, como nuevo Gobernador de la ocupada Manila. Cual zorra en gallinero, se encontraba, no por casualidad, de pronto en el centro documental más importante del Océano Pacífico, el Spanish Lake de Álvaro de Mendaña y de Isabel Barreto su esposa, gobernadora de las islas Salomón, la única mujer Almirante de la Flota Imperial española. Viuda, con arrojo, pero al borde de la inanición, condujo hasta Manila a los suyos. Allí quedaron los levantamientos cartográficos de su expedición durmiendo el sueño de los justos. Por eso el Almirantazgo británico había querido a Dalrymple aquí y ahora. El silencio cartográfico inglés sobre el Pacífico, encefalograma plano de siglos, iba a presentar un risco vital súbito con aquel despojo. El paso de Venus ante el disco solar sobre el gran océano, propiciaba la ocasión y la excusa para poner los mapas de Manila sobre la mesa, so pretexto de ajuste del cálculo astronómico. Nadie participaba de la verdad oculta. España y su ciencia, ayer altiva y reservada, se rendía hoy ante los logros británicos de la centuria, cantados en escolanía cromática, cual motete polifónico, por la prensa de su isla. Un ruido de fondo instrumental de uñas y rasgueos, sotto vocce y con sordina para enmascarar procedencias, trataba de torcer la limpia traza de la vieja aguja ibérica marcadora de destinos. Y esa traza limpia, marcaba inequívocamente los contornos de Australia, Nueva Zelanda y las Hawai, entre otros cientos de islas como las Marquesas y las Marshall o Pitcairn, sin ir más lejos. Los mapas españoles robados en la Capitanía filipina, los contenían, e iban a dar su manifiesto rédito al Almirantazgo años después de aquella fechoría. Llevados a Londres y estudiados por geógrafos expertos, sirvieron a sus pilotos para aprender el insulario del Pacífico, a James Cook para anunciar los hallazgos de Hawai y Australia, y a Inglaterra para sacar pecho y vitorear a todo viento sus hallazgos del s. XVIII en los Mares del Sur. Y a España, para no rechistar, prestigio lastrado, con su credibilidad pareja a su menguante poder. Pero la Historia es justa, y el cerco de severa investigación impuesto a los hechos del Pacífico en ese siglo y el premonitor, se cierne alrededor de aquellos viajes del gran Cook como un dogal justiciero y tozudo. José María Lancho y otros estudiosos del Pacífico, hace tiempo que lo vienen denunciando. Tarde o temprano desde cualquier Universidad del Viejo o del Nuevo Mundo, si no de las propias Filipinas del patrimonio esquilmado, contemplaremos cómo justifica ante el mundo con documentos fehacientes, irrefutables, mediante cualquiera de sus investigaciones o tesis en curso, la Verdad sobre el descubrimiento de Australia y las Hawai. Resulta ya  un secreto a voces en cualquier mentidero histórico que se precie (la propia Universidad de Hawai entre ellos). Inglaterra hizo y hace uso y abuso del Relato como arma propagandista de su impoluto proceder. Puro marketing. España persigue la Verdad de aquellos hechos. Puro fracaso. Dos éticas políticas que reflejan caracteres étnicos diferencialmente profundos. En Britania, envuelta aun en gran parte por la niebla cerrada del onirismo victoriano, sigue hoy vigente la cucaña del Relato. Aquí y ahora, prosigue el éxito de la propaganda política y su sincrónica batalla sicológica, dadas por esa nación en tiempos concretos, cuando no en todo tiempo. La postverdad del Relato apresta su turbia visión con más eficacia que ninguna Armada. Apenas ambas empezaban a ser conocidas y aplicadas en gran escala por aquellas fechas. En medios académicos priva hoy en cambio, a la vista de los miles de documentos digitalizados accesibles, conocer la Verdad, objetiva, y esto es solo cuestión de calendario para contrastarla. Al tiempo, amigo Sancho.

                    Independientemente, y antes de ver esas tesis y estudios salir a la luz, un descubrimiento digital llega a nosotros en clave filipina del siglo XVIII. A través de la prensa, conocemos que la Universidad Politécnica de Valencia y el Centro de Arqueología Subacuatico de Cádiz, han diseñado un mecanismo explorador de documentos que ahorra décadas de trabajo de investigación (para más información visita este link: https://www.upv.es/noticias-upv/noticia-11536–fue-cook-el-p-es.html ). Se trata de un lector de archivos capaz de buscar, leer, clasificar, ordenar y ponderar en instantes, palabrasconcepto escritas en un idioma con sus modismos históricos o figurados, con o sin faltas de ortografía, sinónimas, modales, equivalencias indígenas conocidas, variables idiomáticas, en sus formas de escrito procesal, cortesano, coloquial, jerga, dialectal, y sus diferentes grafías, simbología y literalidad. Un algoritmo capaz de identificar conceptos escritos en páginas comidas de insectos y gusanos, con tintas deslavadas o mohos deformadores de signos y soportes. Y todo ello con una elevada probabilidad de acierto. Una verdadera piedra rosetta para los inmensos fondos documentales de los Archivos de Indias, con sus ochenta millones de páginas integrantes de unos legajos aún no escrutados en totalidad. Y ¡hete aquí! que las primeras pruebas efectuadas sobre correspondencia misional han puesto negro sobre blanco informando sobre la Australia de 1710. Cuando es sostenido por Inglaterra que fuera descubierta por James Cook en 1768. Se trata de una carta al Rey  pormenorizando latitudes de la inmensa tierra firme que corre hasta los 34º de la banda del sur y aún se cree que pasa mas adelante azia (sic) el polo Antártico. En ella el procurador Andrés Serrano de las Reducciones Jesuitas en Filipinas, se lamenta ante el Rey porque no se hayan enviado Armadas a explorar una materia de tan importantes consecuencias espirituales…  Es evidente que la puerta que se abre a los millones de páginas documentales que plenan nuestros archivos, va a empezar a catapultar datos históricos en una dimensión nunca imaginada antes. Un ventilador que centrifuga miles de datos contrastables.

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Miguel Ig. Lomba P

Me llamo Miguel, y me encanta investigar/escribir sobre cultura. Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de York, actualmente me encuentro cursando Erasmus Master entre Italia-Alemania-EEUU (Udine-Göttingen-Indiana). Las relaciones entre América y Europa son relevantes para mi tesina del Postgraduado, y un futuro PhD (doctorado). Cualquier duda/pregunta no dudes en contactarme a: admin@mapasilustrados.com

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