Contexto Histórico de Manila – II

Figura 5 a: Reproducción del galeón S. Pedro. Tornaviaje de Urdaneta

 

                      A Cebú llegará el capitán Juan de la Isla al mando de la remesa de colonizadores y soldados, anunciada meses atrás por el galeón San Jerónimo, un oxígeno vital para la campaña de Legazpi.  Aunque presionados en Cebú y en Panay por el Tratado de Zaragoza y por ciertas naves portuguesas llegadas de Ternate, que lo hacen valer con intención de expulsarles, no lograrán ningún cambio de actitud en la expedición. Máxime desde que se supo respaldada con nuevos contingentes de apoyo. Tenían noticias de un Rajá Solimán aposentado en Maynilad, una cierta ciudad estado de la Gran Isla del norte, lugar privilegiado donde se daba espontáneo el nilad (arbusto rubiáceo medicinal, en lengua nativa). Segregado del sultanato de Joló, supieron también que este régulo musulmán comerciaba con chinos y malayos, que periódicamente acudían a permutar sus manufacturas por la flor de nilad y otros productos locales. Su localización iba a convertirse en prioritario empeño del Adelantado, que envía cuadrillas indagatorias por toda la costa de Luzón, la Isla Grande del Norte. Una partida bajo mando de Martín de Goiti será quien localice la ciudad islámica en la desembocadura del río Pásig, ciudad que mantendrá sitiada a la espera de ayuda para proceder a su asalto. Cuando ve llegar a Legazpi con su escuadra de pataches, baos, bangas y pancos de Panay, el moro Solimán entra en pánico, pone fuego a la ciudad y desperdiga sus isleños por Luzón, perdiéndose entre ellos (1571). Pero la colonia china, residente tradicional del enclave ribereño, aunque huída a los primeros compases del conflicto, retornará pasada la estampida poco a poco a sus casas de madera junto al Pásig. En cambio, ningún moro huido volverá, lo que para el Adelantado es su prueba de extranjería como residentes ajenos al lugar, llegados de otras islas. Carecían de la urdimbre manileña que habían manifestado los chinos.

 

Más de 200 años llevaban aquellos chinos, llamados sangleyes (“venidos a mercadear”, en tagalo), alimentando el mercado manileño desde finales del siglo XIV, cuando su emperador Yung de la dinastía Ming, previo pago impositivo, proyectase anexionarse sin éxito la isla de Luzón. El Adelantado pronto comprenderá que el chino tiene un trato comercial más fiable y seguro que el indígena, es cumplidor de compromisos, y hábil en unos negocios que le daban para vivir hacía generaciones. Con esta idea asumida, a su paso por Mindoro no desaprovecha la ocasión de sumar dividendos a su causa. Hallé muchos indios chinos cautivos, que los naturales los tenían por esclavos – dice en su carta al Virreyy pareciéndome coyuntura para trabar amistad y contratación con los chinos, rescaté y compré todos los que pudieron haber y les di libertad para que libremente pudieran ir a su tierra… y les envié en un navío…  Este hecho de comprar la libertad de 30 náufragos chinos esclavizados por los nativos de Mindoro, y devolverlos libres a sus hogares continentales de Fujián y Guangdong, iba a facilitar a Legazpi el inmediato devenir comercial de la capital y su isla. Había hecho probablemente el mejor negocio de su vida, pese a ser, de larga data, un viejo hacendado vasco de olfato fino. Pero a su natural reposado y afectuoso le extrañaba el de aquellos reservados coletudos, con una expresión facial que podía tomarse por sonrisa o mueca, y su salutación sumisa, cabeza gacha y manos juntas. Le trastocaban sus ceremoniosas rutinas, pero intuía que iban a generarle el ciento por uno bíblico, tal como su instinto habíale apuntado.

 

El Adelantado tomará posesión de las ruinas de la Manila despoblada, escuadra y lápiz primero, tira de cuerdas después, para cuadricular el suelo según la castellana trama. Planta el rollo de justicia en su Plaza Mayor, y funda la nueva ciudad  al vitrúbico estilo, que nacía multirracial de origen. Ordena fortificar el perímetro enmaderado y construir viviendas para los frailes, además de las Casas Reales para residencia del Gobierno y sede del Cabildo. Nombra el Concejo Municipal, escogido entre los residentes destacados del padrón de hispanos, bajo una Ordenanza que iba a durar hasta el siglo XIX. Preside la Plaza con una Parroquia matriz, que ocho años después seria constituida en catedral. Reparte solares, pero deja al Cabildo echar la suerte de lotes de tierra cultivable entre los empadronados. Los edificios de esta primera Manila, a base de madera y caña, serían pronto sustituidos por otros de ladrillo y piedra; la casa provincial de los jesuitas, primer edificio de piedra constatado del Pacífico asiático, iba a marcar, con su particular diseño, un estilo arquitectónico propio, característico de la Compañía de Jesús. Entre los sangleyes regresados a su ribera tras la onda expansiva de la ocupación, Legazpi había detectado la presencia de 40 chinos cristianizados, huidos algunos del Japón, dedicados mayormente al cultivo y la pesca en la margen  derecha del Pásig, escabullidos  a tiempo seguramente de una de las muchas redadas anticristianas de los shogunes y daimíos de aquel islario. Cerca de ellos, otra pequeña colonia de japones se dedicaba al comercio de manufacturas de su tierra. Eran las trazas, apenas visibles, de una posible infraestructura que atisbaba el Adelantado para poner en producción aquella tierra: rescoldos entre cenizas de un fuego comercial presto a soplarse para avivarlo. Pero el conquistador, hombre ya entrado en años, no podría activar aquel fuego, porque iba a morir al año siguiente de fundada la capital filipina. Su nuevo gobernador Guido de Llavezares, compañero expedicionario de Villalobos y veterano explorador del seno mexicano, que había constituido su mano derecha en los años de Panay y Cebú, sería el encargado de poner en marcha aquella incipiente maquinaria mercantil.

 

La feracidad de las tierras de Luzón, respaldaba la decisión de Legazpi para establecer en Manila la capitalidad del archipiélago. Pero las medicinales flores del nilad, quedaban muy atrás en sus proyectos de utilidad para la Nueva España y el Rey. Los terrenos sin cultivar, tanto en la periferia capitalina como en el resto de la isla, iban a ser prontamente dedicados a encomiendas, como punta de lanza iniciática de las demás islas. Era una maquinaria productiva experimentada, que rendía los necesarios beneficios para meter en producción aquel otro nuevo mundo, lo que equivalía a salpimentar equilibradamente, por separado y conjunto, aquel verdadero salpicón de islas.

 

Para ordenar una producción sostenible, era menester gestionar trabajo y tributo, y la encomienda suponía el primero de ellos. Como recompensa a su esfuerzo colonizador, la Corona cedería al encomendero el tributo real de uno o varios pueblos. A cambio, so pena de perderla por incumplimiento, juraba defender su tierra frente a terceros y amparar y evangelizar a sus encomendados. Esta situación implicaba contratar un cura doctrinero, a quien pagar emolumentos en dinero y especies (arroz, mayormente), para cumplir con el cometido docente. La defensa de la tierra y sus naturales, le supondría la tenencia de un determinado número de armas y caballos de alzada o ibéricos, acordes a la magnitud de su encomienda, además de capacitar a sus élites indígenas para su correcto uso. Debía residir en la Alcaldía Mayor de la provincia donde se ubicaran sus pueblos tributarios, pero nunca en ellos, para evitar daños y molestias a sus encomendados. Quedaban estos obligados a labrar la tierra y pagar tributo al encomendero o al Rey, en dinero y especies. Otras obligaciones inherentes que gravaban al indígena, serían la de talar árboles, trabajar la madera, fabricar naves y desarrollar el transporte por tierra o mar especialmente, como bogas de pancos entre las islas, trabajos harto peligrosos para los no nativos. Y harto gravosos para la población autóctona, que iba a ver separados de las familias a muchos de sus hombres, enviados a los bosques del interior y a los astilleros periféricos en épocas de peligro exterior. Sumábase a ello que era trabajo penoso, insano y mal pagado, ingredientes suficientes para predisponer cualquier alzamiento indígena. Pero en aquellas islas, ni los nativos las habían hallado, ni los pobladores hispanos laboraban tampoco minas que pudieran propiciar una riqueza reversible, susceptible de invertirla en infraestructura para el despegue mercantil. Su oro y plata novohispanos, eran tal vez aquí las magníficas maderas que brindaban por doquier sus bosques, y a esta riqueza iban a dedicarse no pocos de aquellos primeros afanes. Pronto empezarían a talarse los árboles reglados, según especies y épocas de corte, a lo que contribuyeron las órdenes misioneras con estudios avanzados y experiencias propias.

 

La población india, mayormente localizada en las costas pero siempre dispersa y esquiva, se reveló difícil de domeñar por las encomiendas, a pesar del respeto guardado hacia sus autoridades tribales y regionales (los llamados gobernadorcillos, alter ego del cacique novohispano). Se había de aprovechar la estructura prehispánica del poder para controlar a la población, pero las comunidades nativas de los contornos capitalinos eran reacias a reunirse, dificultando los fines de instrucción, educación, y  tributos. Con ello, la tradicional encomienda hispana de allende el mar, trataba de abrir nueva trocha en la jungla cultural filipina, adjudicando para ello funciones capitales a los misioneros, encomenderos y jefes naturales indígenas. Uno de los principales cometidos de la evangelización prevista, era la socialización de aquella convivencia distorsionada entre los grupos nativos, a veces próximos, pero no necesariamente unidos. Se trataba de ligar los núcleos habitados dentro del ámbito alcanzado  por el tañer de una campana, la misma que desde la espadaña de cada parroquia llamaba a la oración de todos, al aprendizaje de todos, a la misa de todos, a la rondalla o el ensayo coral de los aptos. El área bajo la campana, era el nuevo terruño integrador. Se trataba en definitiva de una reproducción sincrética de los núcleos humanos o misiones de indios novohispanas, si bien eran estos menos evolucionados que los indios filipinos, donde etnias había que conocían la rueda, forjaban el hierro (forja malaya), dominaban la cultura del regadío (arrozales escalonados), tenían formas de escritura silábica y usaban la fuerza animal para arar la tierra al modo chino, con amarres enhebrados a los cuernos del búfalo carabao. En brutal contraste, otras etnias en cambio, desconocían el fuego. En todo caso, no era aquel archipiélago un mundus clausus como el  continente americano. Si bien los aborígenes filipinos no tuvieron fenicios que les enseñaran la fiducia o el alfabeto que gozaran los ibéricos 3.000 años antes, islas había que sabían de otras culturas y tratado con otras gentes. De forma desigual, por espontáneo y fuera de método, el poso de aquellos contactos con culturas periféricas avanzadas, había sedimentado en saberes adquiridos extra limes, que atesoraban por generaciones muchas de sus islas.

 

Con los funcionarios y los militares concentrados en la capital, la autoridad y prestigio de los religiosos que vinieron a convivir con los indígenas, capaces de aprender lenguas vernáculas para profundizar en sus problemas y catequizarlos en su propio idioma, alcanzarían cotas de respeto muy superiores a sus homólogos de América. Con ellos aprendieron que no es honroso para un caballero mancharse las manos al comer (léase prohibido comer con las manos), o a despedir el día con un Dios me la bendiga m´hija – Dios de lo bendiga m´hijo y sus variantes, habitual saludo paternal tras el crepuscular toque del Ángelus a lo ancho y largo del Imperio. Pero también a conservar el apellido del padre para facilitar reclamos y herencias en las judicaturas, lo que equivalía a sembrar de nombres españoles las estirpes nativas. Análogo problema al resuelto por Carlos V en la España que le recibió tras su llegada de Flandes, cuando se ordenó conservar en los hijos el apelativo familiar de su progenitor en contra del consuetudinario patronímico. Todos estos matices legales eran meras consecuencias del Sínodo de Manila (1582), donde las órdenes religiosas habían discutido el ya viejo dilema moral sobre la legitimidad del dominio español en las nuevas tierras y su ética salmantina; pero también cómo consolidar la aculturación de nativos, y acotar los límites territoriales del área activa para cada Orden. Este planteamiento buenista del clero, iba a chocar con frecuencia contra el criterio rigorista de la Capitanía, menos místico, más leguleyo. Mientras tanto, el mercado de Acapulco, que era visto por Llavezares como núcleo de un cometa de larga estela mercantil americana, precisaba diversificar sus proveedores asiáticos en aras de mostrarle un amplio abanico de ofertas. 

 

Felipe II había pensado en el comercio de especias con las Molucas portuguesas como telón de fondo, a través del brazo pacífico de una Nueva España ambidextra, que lo tomaba con su mano filipina y lo dejaba con mano sevillana. Pero la proximidad del gigante chino y la tradición prehispánica del comercio manileño con aquella costa, variaba su planteamiento original. El expedicionario Juan de la Isla habíase ofrecido como embajador en visita al Imperio Ming, para conocer el país por dentro  y ver la orden que se debe de tener, así para la contratación de la tierra, como la conquista, si V.M. fuere servido, con todo lo demás que me fuera encomendado, que a su servicio convenga…exponía en carta al Rey. Para seguir aclarando en nueva carta, que China es tierra muy grande, tanto que se tiene por muy cierto que confina con Tartaria…su tierra es tan buena y tan bien bastecida, que se cree ser la mejor del mundo…  dicen los moros que yo he hablado, que no son (los chinos) tan belicosos como nosotros… Inmerso en su contemporáneo mester de clerecía, Martín de Rada piensa en cambio más en las almas por cristianizar que en las riquezas por ganar; pero le insiste también al monarca sobre la prioridad comercial de China frente a las Molucas, incluso en la conquista militar de su Imperio, si preciso fuera…  Si S.M. pretende la China, que es tierra muy larga, rica y de gran policía, que tiene ciudades fuertes y muradas, tiene necesidad de hacer asiento en estas islas Filipinas… porque para conquistar una tierra tan grande y de tanta gente, es necesario tener cerca el socorro y acogida para cualquier caso que sucediere… toda su confianza (la de los chinos continentales) está en la multitud de su gente y en la fortaleza de sus murallas, lo cual sería su degolladero, si se les tomase alguna fortaleza, y así creo que mediante Dios fácilmente, y no con mucha gente, serían sujetados…  Pero Andrés de Mirandaola le advierte simultáneamente al Rey de lo prevenidos que están los chinos contra los portugueses, gentes de ojos y narices grandes, y que los castellanos no ofrecen con ellos distinción física alguna, por cuya razón serían tomados por tales. Les tildan de gente bárbara y blanca, a cuya causa están muy sobre aviso, tanto que a ningún portugués consienten salte sobre sus tierras… le comunica epistolarmente al Rey. San Francisco Javier había muerto sin poder pisar tierra continental china (1552), junto a tantos jesuitas martirizados por pisarla. Felipe II, hombre de convicción religiosa profunda, no considerará la invasión del Imperio Ming, sino en último caso, como una mies que precisa acceso libre para sembrar la semilla de nuevos cristianos, que el Evangelio refiere. Se inclina en cambio hacia el trato comercial, dada la proximidad de Manila al continente chino y su sólida tradición mercantil, pero cada uno en su casa… y Dios en la de todos, como bien decía el viejo refranero. Empero, la necesidad de hacer asiento en estas tierras, como le ha sugerido el sutil matemático agustino, le parece viable al Rey. Ahora que sabemos que la voluntad de V.M. es que esto vaya adelante, comenzaremos a bautizar a todos (los filipinos), porque aunque hay algunos cristianos, hubiera muchos más si supiéramos lo que ahora sabemos, le informarán los agustinos de Cebú, satisfechos por la decisión del Rey Prudente de no saltar a la China.

Figura 6: La China de las Dinastías Ming y Quing. Dibujo del autor

 

La sombra chinesca del Ming se proyectaba sobre las islas del poniente. Crónicas de aquel Imperio y Dinastía relatan que en 1372 la corte de Nanking había recibido embajadores islámicos de Luzón con tributos para el emperador Yung Vu. Las mismas crónicas hablaban de la aparición en costas del Celeste Imperio de los primeros fo-lan-ki (hombres franquicia o portugueses) algunos años más tarde. Y que otros folanki posteriores, eran los fundadores de un nuevo enclave en Luzón, que los amanuenses chinos revisten de un aura cuasi-mítico. Estos nuevos folanki eran los novohispanos de nuestra Manila, tornados pronto en los kastilas del mundo filipino.

 

Poco a poco seguían los portugueses hilando su copo. Desde su base de Malaca, Jorge Álvares en 1514 había llegado a la isla de Tamou en la embocadura del Río de las Perlas, donde levantó un pedrao en memoria de su desembarco; vuelto a Malaca, repetiría viaje a Cantón cuatro años más tarde. Para entonces Rafael Perestrello había aportado en Cantón en 1515 y repetía puerto al año siguiente. La concurrencia de los folanki en el delta empezaba a ser un hecho frecuente. En 1518 Simón de Andrade, al mando de una escuadra de cuatro naves, desembarcaba de nuevo en Tamou, donde construye un fuerte de piedra y madera, que artilla para defenderse de posibles agresiones. Una vez cargada su flota de bastimentos, y luego de extorsionar el tráfico del Río de las Perlas y comprar gran numero de muchachas, Andrade abandona el lugar, dejando tras de sí el odio de los ribereños, inermes ante la falta de respuesta de la armada imperial. La Crónica china cuenta estas peripecias a su modo: De pronto llegaron dos grandes buques que dijeron venir de la comarca Fo-lan-ki…Las gentes de a bordo tenían todos ojos y narices muy grandes…y el jefe de sus barcos se llamaba Ca-pi-tán nos dice Ming en un aparte nominado El Arte de la guerra…  Pero aquellos folanki, de grandes ojos y napias, aquel quevedesco tipo de peje espada muy barbado, iba a pasar por delante de sus propias ñatas, menos grandes, menos espolones de galera, para alcanzar en 1515 la costa de Guandong, la de Fujián en 1540, y dejarles con dos palmos de alquitaras pensativas en 1542, cuando habían arribado ya al Japón y establecido una base en él…

 

Los desmanes cometidos por Andrade en el Río de las Perlas, hicieron reaccionar a los mandarines de Cantón, el gran puerto chino del delta, que prohibieron la entrada de nuevos folanki mediante edicto fijado en las puertas de la ciudad. Los hombres de barba luenga y grandes ojos, no serían en adelante tolerados en los dominios del emperador, anunciaba con rotundidad su texto. Duarte Coelho en 1521 vería bloqueado el acceso de sus naves río arriba camino de Cantón, que lograría soslayar al cabo de un año no sin antes librar combates que le despejaran la ruta. Nuevo silencio vergonzante del ejército imperial, que obligó a los cantoneses a construir bastiones artillados, que emplazaron estratégicamente en las riberas del río. Alfonso Martins de Melho Coutiño encontró ya en 1522 una cerrada defensa artillera que hundió una de sus naves y hubo de poner a salvo las maltrechas cinco restantes que regresaron a su base de Malaca, dejando abandonados en la ribera más de un centenar de hombres, veintitrés de los cuales se sabe fueron descuartizados, ignorando pero suponiendo la suerte del resto. La criada resultaba respondona. Perdido aquel mercado, buscaron los portugueses nuevos asentamientos más al norte. Desde 1522 habían logrado arraigar en Ningpó, donde una colonia que llegó a contar con trece mil malayos y chinos cristianos junto a 800 folanki, se dedicaba masivamente a la lucrativa rapiña de enclaves costeros indefensos. Una masiva reacción de campesinos por tierra, acabaría con los habitantes de la colonia, robando las mercancías del puerto y poniendo fuego a todo cuanto no pudo cargarse en los barcos que escaparon a la vela (1546). Para suerte de los sobrevivientes, hacia el año 1542 naves merchantas del propio Ningpó habían comenzado a navegar hacia las costas japonesas de Kyushiu, donde negociaron rentar una islabase portuguesa próxima a Nagasaki, que veíase ahora convertida en receptáculo de residuos de aquella masacre ocurrida en la costa china.

 

Como laboriosas hormigas iban a seguir los portugueses explorando el litoral, negociando mercancías en los puertos que consentían recibirles. En 1547  lograrán fundar un nuevo enclave en Chincheo (Fujián) , pero el retorno al pasado de los desmanes costeros, llevados a efecto ahora por Botelho de Sousa, les costaría volver a los días de fuego, con trece de sus naves cargadas ardiendo en el puerto, y sus 500 habitantes pasados a cuchillo. Solo trece de ellos pudieron escapar sem cousa que valesse um só real…  Fernando Méndes Pinto entre ellos, para contárnoslo. En la isla de Shangchuan, a 14 millas al SW de Macao, iban los portugueses de nuevo a intentar otro establecimiento, pero sin éxito esta vez, porque serían expulsados en 1552. Año que vería morir en su playa a San Francisco Javier, el Divino Impaciente de José Maria Pemán, el vate gaditano que imaginara ver, vencida de tanto hacer, frente al mar y al oleaje…  sola, en aquel paraje…  iba a rendir su viaje, la barquilla de Javier…  

 

Todavía se aferrarían los lusos a los peñascos de la costa de Guandong en la isla de Lampaçao (1557), donde malvivieron hasta conseguir un acuerdo con los mandarines de Cantón, primer paso para lograr que les arrendaran el cercano tómbolo de Macao, del que años antes habían sido expulsados. La inteligente propuesta lusa de poner su fuerza a la orden de las autoridades de Cantón, alternativa a su rapiña y pirateo en la comarca del delta, hizo entender a todos lo conveniente de aquel trato. Muchos habían sido los comerciantes portugueses que desplegaron su beneficiosa actividad desde Malaca, golfo de Siam y Mar de la China hasta  Ningpó y Formosa (hoy Taiwán), comprando y vendiendo legalmente sus productos. Pero fue la piratería, y el maldito robo y comercio de muchachas para vender en la India, lo que dejó flaco registro en la crónica negra del Imperio Ming.

 

El ataque del pirata chino Chan Giusilau con su flota de juncos, en arribada a Macao para extorsionar el tráfico del río y desvalijar a los pescadores que faenaban en el delta (1557), iba a ser una ocasión propicia para borrar el baldón de su crónica negra. Solicitada ayuda a los portugueses para ahuyentar aquella plaga, una armada de galeones llegada de Lampaçao destrozó la flota de juncos y exterminó en tierra a todo pirata viviente. Tan a fondo se emplearon los folanki, que incluso se les pidió doscientos artilleros más para defender Pekín de una horda tártara que acosaba en aquel momento la capital del Imperio. Pero cuando llegaron, la bandería nómada había levantado ya el cerco, noticia que se propagó por la China costera como una señal del temor que sentían ante el poder artillero de los lusos. Era un nuevo tiempo en que su prestigio se consolidaba. Aquel mismo año les sería concedido por el Emperador Jiajing el permiso de permanencia en la añorada Macao, mediante pago anual de una cantidad simbólica de taels. Nació así la Cibdade do Nome de Deus do porto de Macau, primer contacto estable y duradero entre el mundo chino y la Europa renacentista…  la que representaba para Ortega y Gasset una perfecta coincidencia entre las aspiraciones y las realidades de su sociedad contemporánea. Pero para la milenaria China y su agónica Dinastía Ming, no eran sino tiempos decadentes, con aspiraciones lejanas a sus realidades, y donde las dudas, la inseguridad y la impotencia, se palpaba en el día a día de sus gentes. A ello sumábase la amenaza manchú de la Dinastía Quing, las revueltas internas, el poder de los crecidos eunucos y el despotismo de los aristócratas locales.

            Figura 6 a: Primer mapa de China (1555) llegado a Europa (1574)

                                            Archivo General de Indias

Miguel Ig. Lomba P

Me llamo Miguel, y me encanta investigar/escribir sobre cultura. Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de York, actualmente me encuentro cursando Erasmus Master entre Italia-Alemania-EEUU (Udine-Göttingen-Indiana). Las relaciones entre América y Europa son relevantes para mi tesina del Postgraduado, y un futuro PhD (doctorado). Cualquier duda/pregunta no dudes en contactarme a: admin@mapasilustrados.com

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